Un flamante auto último modelo se detuvo bajo la acera de la preparatoria Grizzly Hills. Del auto gris, con cofre extremadamente pulido, descendió una hermosa joven con un brillante cabello oscuro y ojos hazel. Usaba un elaborado maquillaje que cubría casi a la perfección las ojeras que un mes de pesadas noches habían marcado en su bello rostro.
—Nos vemos en la noche.— se despidió la joven pelinegra al tiempo que cerraba la puerta del copiloto.
—Sí. Buen día, Mackenzie.— dijo secamente su padre antes de arrancar el silencioso motor.
Consciente de que todos los ojos la seguían, Mack recorrió el camino pavimentado de la acera hasta la puerta de entrada. Al cruzar la enorme puerta blanca, que estaba adornada con un mural de oso, un inconfundible olor inundó su respingada y perfecta nariz: Ramos de flores.
Ante ella había una fotografía enmarcada, en ella se veía un chico castaño claro y de sonrisa vivaz. Debajo del cuadro el alumnado había colocado veladoras, peluches, cintas y muchos ramos de flores.
A Mackenzie se le revolvió el estómago. La última vez que había visto tantas flores juntas había sido en el funeral de su madre. Los recuerdos de aquel día, un mes atrás, inundaron su mente dejándola paralizada por un par de segundos. Cuando volvió en sí agitó la cabeza para despejar la mente y giró sobre sus talones para alejarse lo más pronto que pudiera del lugar. Al voltear y dar el paso chocó con una chica unos cuantos centímetros más alta que ella, con cabello rubio veneciano en wolf cut y ropas completamente negras.
— ¡Fíjate por dónde…— gruñó bajo la chica, pero se quedó sin habla al mirar sobre el hombro de Mackenzie.
—Mierda…— musitó el delgado chico que la acompañaba.
Mack tragó saliva sin comprender exactamente lo que estaba pasando. La chica rubia avanzó, con la mirada perdida, hacía la fotografía sin importarle que pasara a empujar a la otra con el hombro.
—¿Por qué no me dijiste nada?— dijo apenas moviendo los labios entreabiertos por la sorpresa.
—Yo…no sabía nada de esto. Lo lamento, Vi.— se apresuró a decir el joven que parecía igual de sorprendido.
Mackenzie contempló aquello y lo entendió: ella era la hermana del chico que había muerto el fin de semana anterior. El estómago se le encogió. De pronto los marrones y furiosos ojos de la chica rubia se posaron en la chica nueva.
—¿Qué tanto me ves? ¿Algún problema?— le preguntó arrugando la nariz.
Mackenzie no tenía ganas de pelear en ese momento, a pesar de que en el pasado jamás hubiera dejado que alguien le hablara de semejante manera. Se limitó a encoger los hombros , apretar los labios y desviar la mirada antes de irse rápidamente por el primer pasillo a su izquierda.
El consejero estudiantil le había dado un mapa de las instalaciones, igual al de los alumnos de primer ingreso, pero ella era muy orgullosa como para hacer uso de él, sin embargo se arrepintió de no traerlo consigo. Como pudo, Mackenzie llegó hasta su casillero,ubicado cerca de las escaleras traseras, justo a tiempo para poder dejar sus libretas e ir a su salón de clases.
Mackenzie se escabulló entre sus compañeros esperando que así el profesor de historia europea no la viera, pero sus intentos de pasar desapercibida fueron inútiles.
—Tú debes ser la nueva estudiante, por favor preséntate. - le ordenó el maestro en cuanto la vio atravesar la puerta.
— Preferiría no hacerlo, de cualquier forma todo el mundo ya me conoce.— dijo con una sonrisa forzada y arqueando las cejas.
—¿En verdad?— cuestionó el profesor a la clase entera, con una notable sorpresa en la voz. Muchos asintieron con mala cara.
—¿Lo ve? Prácticamente nos conocemos desde el jardín de niños.— dijo triunfante mientras sacudía con la mano su cabellera oscura.
—Sí, desde entonces nos conocemos.— la apoyó un chico moreno que acababa de sentarse en la segunda fila, se acomodó las gafas antes de continuar— Recuerdo que un día yo estaba jugando en el arenero , sin molestar a nadie, cuando tú llegaste, tomaste un puñado de arena y lo metiste en mi playera.
El maestro la miró sorprendido, ella sólo apretó los labios y bajó la mirada algo indignada, mientras algunos alumnos rían y otros tantos se tapaban la boca para no hacerlo.
— De acuerdo, señorita. Pero hay una pregunta obligatoria que todo alumno de esta clase debe responder ¿Alguna vez has viajado al viejo continente?
— ¡Sí, fui a Milán! Tres veces...el...el año... pasado...con mi... —Su voz se fue apagado conforme los recuerdos de ella y su madre llegaban a su mente, ahogando su última palabra.
El aula fue inundada por un abrumador silencio seguido de algunos cuchicheos por aquí y por allá.
—Creo que se refiere a su madre muerta.— dijo una voz claramente. Mackenzie se molestó al escucharlo y apretó los dientes.
—Callate el maldito hosi…
—¡Señorita! ¿Qué forma de hablar es esa?—la interrumpió el profesor, quien claramente no había escuchado con atención la ola de murmullos — Tome asiento ahora mismo.
Mack le dirigió una filosa mirada antes de avanzar entre las sillas de sus compañeros hasta llegar a la banca vacía al fondo del salón.
Los primeros dos periodos fueron un dolor de cabeza para la chica nueva. Prestaba atención a la lección anotada en el pizarrón,de pronto se mente se veía invadida por recuerdos de aquellas tardes vagando libremente por la Piazza del Duomo; anotaba nombres y fechas en su libreta, pero al instante pensaba en el último desfile de modas en que su madre presentó sus espléndidas creaciones. El profesor hizo una pregunta a la clase entera, pero Mack ni siquiera la escuchó, estaba concentrada en el rápido latir de su corazón que se había acelerado a causa de los recuerdos que no hacían más que torturarla.
Para fortuna de la chica la campana sonó, con el brazo barrió la paleta de la banca para empujar libreta y bolígrafos dentro de su mochila blanca para poder salir rápidamente al pasillo y tomar un poco de aire fresco. Mackenzie se detuvo frente al barandal del balcón más cercano y, con la mirada perdida , comenzó a respirar conscientemente hasta que su pulsó regresó a la normalidad.
Con un gestó de molestia, sacó de su bolsillo trasero el teléfono móvil para revisar que clase seguía. Puso los ojos en blanco al leer la pantalla: Deportes. El consejero escolar le había dicho que ,a falta del uniforme de Grizzly Hills, llevara a clase el uniforme de su escuela anterior y su padre, tacaño a más no poder, había apoyado la noción.
Hay chicas que prefieren cambiarse el uniforme de deportes en la intimidad de una cabina de baño y dejar sus ropas en su casillero personal; pero Mack no era una de ellas, en parte porque estaba acostumbrada al vestidor de las porristas y por otro lado porque disfrutaba las miradas de envidia que las chicas menos esbeltas o agraciadas le dirigían al verla cambiarse.
Pero no fueron miradas de envidia que agrandaran su autoestima lo que recibió, en su lugar todas la miraban con reproche debido a sus shorts bermellón con una cabeza de tigre bordada en la pierna derecha. En ese instante agradeció no haberle seguido la corriente a Erin, su mejor amiga de San Francisco cuando ésta sugirió bordar la palabra TIGERS a todo lo largo del trasero.
Salió, junto a sus compañeras, al gimnasio y todos los chicos la voltearon a mirar por la misma razón que las mujeres, pero ella prefería pensar que era por lo bien que su uniforme se ajustaba a sus bien formadas y largas piernas.
Entre el grupo de chicos Mack notó a uno en especial. Su cabello era rubio sucio y estaba en casquete corto. Era alto y un poco fornido, los músculos de sus brazos apenas y se marcaban bajo las mangas. De pronto los ojos grises del joven se clavaron en los sorprendidos ojos hazel de Mackenzie.
— Jay...— pronunció ella tan bajo que pareció más un suspiro.
El chico, Jayden Thompson, se petrificó al ver a la chica que cinco años atrás había sido su primera novia. Por supuesto que se veía diferente a la niña de trece años de la que se había despedido. Su cuerpo esbelto era bastante atractivo, pero su rostro demacrado reflejaba los pesares de estás últimas semanas en su vida, aunado al pánico que la invadía en ese preciso momento. Y él no estaba mucho mejor, se notaba cansado y bajo sus ojos había profundas arrugas que la falta de sueño le había causado.
Entre la clase entera aparecieron ellas; el trío de chicas más populares de la escuela , al estilo de las Mean Girls,con Charissa Halford a la cabeza. Mackenzie y Charissa habían tenido un par de altercados alguna vez. La joven de cabellera platinada detestaba a Mackenzie desde que esta última había dicho, muchos años atrás, que Charissa no era más que un intento suyo.
La segunda al mando era Elise Scanell, la mejor amiga de Charissa desde el jardín de niños y quien hipócritamente sí intentaba imitar a su amiga al peinar su melena oscura de la misma forma.
Por último estaba Marnie Breslin, la amiga más cercana que tuvo Mackenzie en los últimos meses antes de su partida. Era hija de un matrimonio interracial, lo cual no le hubiera servido para pertenecer a ese selecto grupo, pero su puesto lo había ganado por ser la líder de las porristas.
Estas tres chicas la miraron con disgusto y superioridad, en especial su líder quien decidió comenzar la guerra al instante en que la vio. Sin rodeos se dirigió a donde se encontraba Jayden y le plantó un beso en los labios. Los amigos del chico, quienes se encontraban alrededor de la pareja, comenzaron a soltar burlas pícaras ante el apasionado beso. Al separarse Charissa dirigió la mirada a Mackenzie para asegurarse de que hubiera presenciado todo...y sí que lo había visto.
La maestra ,una señora entrada en los cuarenta aunque claramente en buena forma, entró al gimnasio haciendo sonar su silbato.
— ¡Cinco vueltas a la cancha!— gritó y todos se desanimaron. Mackenzie se disponía a comenzar a trotar, pero la profesora se acercó y la detuvo — La cancha de americano, no de baloncesto.
Castigo en mi primer clase ¿Es enserio?, se quejaba Mackenzie mientras seguía a sus compañeros hasta la enorme cancha cubierta por un pasto verde brillante. La profesora sopló su silbato una vez más y todos comenzaron a correr.
A la cabeza de la travesía iban los equipos deportivos: fútbol americano donde Jayden jugaba junto a su mejor amigo Brent, el equipo mixto de baloncesto, los chicos de natación, las animadoras y por supuesto Mackenzie, quien se coló entre ellas.
Justo detrás venían los alumnos que practicaban Kendo, junto a otros tantos que habían agarrado condición durante las clases de deportes de todo el año y algunas chicas de teatro (cuya habilidad era el baile).
Hasta atrás, los rezagados, eran los estudiantes menos atléticos, quienes tenían como única motivación para correr el que Brent y su equipo no los alcanzaran.
Para la tercer vuelta la mayoría de la clase ya estaba agotada, muchos ya arrastraban los pies, algunos se detenían un momento en los puntos ciegos de la profesora lo suficiente como para recuperar un poco el aliento
.A la mitad de la cuarta vuelta Mackenzie ya no podía seguir el paso de las animadoras, las poco más tres semanas de no haberse ejercitado en lo más mínimo comenzaban a cobrarle factura, así que terminó corriendo entre los alumnos de artes marciales.
La quinta vuelta fue recorrida con básicamente todos caminando, a excepción de las animadoras y los equipos de basquetbol y americano. Al terminar algunos se sentaron sobre el pasto y otros más exagerados se recostaron boca arriba agradecidos de haber concluido.
Brent se quitó la camisa , para secarse el sudor con ella, y Jay lo imitó. Justo terminó de pasarse la prenda gris por el rostro cuando vio a la chica en shorts bermellón encorvada y con las manos apoyadas sobre los muslos, estaba más agotada de lo que quisiera admitir. Al verla no pudo evitar esbozar una media sonrisa, pero de pronto notó que su actual novia , Charissa, lo estaba observado irritada.
— Tienes buena condición.— la profesora felicitó a Mackenzie, quien rio sarcástica al desviar una gota de sudor antes de que le entrara al ojo— ¿Planeas entrar a algún equipo deportivo? porque ,si te interesa , en el equipo de baloncesto serás más que bienvenida.
— Gracias, pero en realidad no es del todo lo mío.— Le temo un poco a los balones desde que en la escuela media uno rebotó en el aro y me golpeó la cara, quería responder, pero sabía que no era buena idea arruinar la imagen que la profesora se había hecho de ella.
— Por favor piénsalo, no nos vendrían mal más chicas en la arena.
Mackenzie asintió con una sonrisa forzada y se retiró a los vestidores. Primeramente se dirigió a las duchas, necesitaba quitarse lo pegajoso de la espalda antes de ir a almorzar.
Al salir de la ducha, envuelta con una toalla blanca, se dirigió al área de casilleros de los vestidores. Cuando se paró frente al pequeño casillero vio pegada una hoja arrancada de una libreta, ésta tenía un dibujo mal hecho de un tigre con los ojos tachados y se leía la frase ¡Regresa al infierno de donde saliste, NIÑA TIGRE!
— Más le vale a la Niña Tigre alejarse de mi novio.— se burló Charissa desde el otro lado del pasillo.
— ¡¿Fuiste tú, maldita?!— gritó Mackenzie mientras arrancaba ferozmente la hoja.
—Me encantaría llevarme el crédito de esto, pero no lo hice.— respondió la rubia platinada.
— ¡¿Quién fue la idiota que se atrevió a hacerlo?!— gritó Mackenzie rompiendo en pedazos la hoja y aventándolos dramáticamente por todo el suelo, pero la gran mayoría de sus compañeras ya se habían retirado y las que quedaban se apuraron a cambiar el uniforme y huir del lugar. Pronto Mackenzie se quedó sola, sentada en la banca que se encontraba en medio del pasillo, mirando los pedazos de papel regados a sus pies.
Submitted: January 03, 2023
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